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Written
by Martalaura El
Niño y el Árbol En
el patio de una casita pequeña había un árbol viejo y grande.
Su tronco torcido era amplio y sus ramas se extendían sin orden a su
alrededor. La tierra debajo de su
extendida sombra era gris y polvoreada. Las
ramas del árbol no brindaban fruta solo hojas grandes y pequeñas,
dependiendo en su logro de sujetarse a las caóticas ramas.
Tenia muchas hojas verdosas, algunas pintadas con betas doradas y otras
con pecas negras. Y todos los días el que hacer del niño de la casa era salir
y atender al árbol porque su padre había querido que fuera así. El
niño salía diariamente con su rastillo y sus bolsas enormes para recoger las
hojas caídas y amontonarlas en las bolsas.
Él conseguía las bolsas más grandes para poder guardar la máxima
cantidad en ellas. Le costaba
mucho trabajo y él pensaba, “Porque mi padre me ha mandado esta
responsabilidad tan grande? Yo soy muy pequeño y este árbol, él es tan
grande, como yo puedo ocuparme de esta carga yo solo?”
Pero él era un niño de conciencia y quería complacer a su padre, y
así seguía haciendo su trabajo por costoso que le fuera. Pasaron
los anos y al niño le había llegado un hermanito.
El hermanito tenia ya la misma edad de él cuando su padre le encomendó
la tarea del árbol. Él veía
que el árbol crecía mas aun más grande y abundante.
Sus hojas seguían alfombrando la tierra aunque las ramas se veían mas
vacías. Y las hojas seguían
grandes y chiquitas auque menos salpicadas con dorado y más con pecas negras. Un
buen día cuando el sol veranero ahogaba el aire, el niño casi hombre, todo
sudado le dijo a su padre,
“Todos estos años yo he cumplido con mi deber.
He salido a diario y he atendido al árbol.
Ya mi hermano ha pasado la edad mía cuando yo empecé este trabajo. Porque no me has dejado descansar y no le has dado este
trabajo a él?” Y su padre
sabio y con mucho amor le dijo, “Has trabajado todos los días bajo sol,
lluvia y frió. Has recogido las
hojas que estorban en el patio de tu casa. Se que has trabajado mucho y
costosamente pero aun no has cumplido tu tarea bien.
Debes seguir ocupándote del árbol hasta que yo vea que esto lo has
hecho bien.” A oír las
palabras de su padre, el niño casi hombre se sintió desencantado.
Como quería complacer a su padre siguió sus instrucciones y mantuvo
su deber con el árbol. Desde
ese momento le parecía más arduo su
trabajo pero aun desencantado recogía las hojas diariamente.
Pasaron los años y ya él era un hombre.
Volvió a hablar con su padre y le dijo que ya él había cumplido con
su deber. Ya él era un hombre y
debería de tener otras responsabilidades mayores que el de recoger las hojas
caídas de un árbol viejo y torcido. El
padre sabio con mas amor que nunca le contesto, “Es cierto, ya eres un
hombre y debes de tener responsabilidades mayores," afirmo el padre,
"Pero todavía no has aprendido atender
el del árbol. ¿Cómo puedo
entregarte esas otras responsabilidades que tu solicitas sin tú haber logrado
cumplir esta?" y sin darse por enterado del asombro de su hijo, el padre
reitero, "Sigue atendiendo
del árbol y yo seguiré mirando
como tu lo haces. El día que vea
que estas cumpliendo con esta simple tarea te daré otras mas merecedoras de
un hombre cumplidor". Y
así pasaron los años y el niño había pasado a ser hombre y él árbol seguía
aun más viejo y más torcido, y el seguía recogiendo sus hojas.
Él esperaba que su padre estuviera complacido.
Y su padre, ya viejo,
esperaba que su hijo cumpliera. El
árbol seguía grande y impresionante. Sus
ramas seguían enredadas y sus raíces gordas.
Solo las hojas cambiaban. Ya
no eran tan grandes y verdes. Muchas
mas alfombraban la tierra gris. Y
el hombre tenia que usar mas bolsas, más grandes para limpiar su patio. Después
de muchos años mas el padre del niño ya hombre, al amanecer el día, no
despertó. El hermano del hombre
se fue de la casita buscando aliviar su tristeza y solo quedo el hombre y el
árbol. El
hombre por hábito seguía recogiendo las hojas que no se sujetaban a las
ramas del árbol. Y por su
soledad inmensa comenzó a desahogar sus penas bajo la sombra del árbol.
Con dada hoja que levantaban sus manos ya ásperas,
compartía el desconsuelo de su alma con el árbol.
El hombre le reclamaba y
le preguntaba al árbol, “Que es lo que nunca hice en ésta tarea que me
mando mi padre? Siempre recogí
todas éstas hojas caídas y dejé el patio limpio.
Que me falto por hacer?” Y
en esa soledad silenciosa el hombre se acostumbro
hablarle al árbol. Sus
desayunos los tomaba bajo su sombra y sobre sus raíces se sentaba.
Comenzó a compartir sus pensamientos
con el árbol y el árbol compartía su sombra con el hombre. En
las noches el hombre salía y se recostaba al árbol, ya que los años no
pasaban en vano y su cuerpo no escapaba los años.
Allí comenzaba a compartir con las raíces la agua que él tomaba para
refrescarse. Todos los días se
acercaba mas a su árbol y todos los días apreciaba mas su compañía, sombra y
raíces que brindaban un lugar cómodo
de descanso. El
hombre ya era viejo y estaba muy cansado pero ya no sentía desencanto ni
soledad. El árbol también estaba
mas viejo pero sus hojas no se desprendían tan fácilmente.
Crecían más verde y más grande. Algunas
estaban pintadas con pecas negras y otras de betas doradas.
Su tronco seguía torcido reflejando su orgullo terco y sus ramas seguían
libremente estremecidas sin orden alguna. Y
el hombre se sentaba en sus raíces amplias y cómodamente dormía bajo su
sombra luego de haber compartido sus pensamientos con su árbol fiel y constante. Una
tarde en la vida larga del hombre que ya había alcanzado su vejez muchos años atrás, él fue a compartir su agua y sus
pensamientos con su árbol. Se
recostó al tronco y luego se acomodo en sus raíces a dormir bajo su
extendida sombra. Y en su sueño
escucho las ultimas palabras que iba a oír, era la voz de su sabio padre que lo
llamaba y le decía con su eterno
amor y simple ternura, “Descansa
ya hijo mío, que ya veo que has cumplido bien con tu tarea.” Y
con la tranquilidad de ese momento que culminaba la vida del hombre anciano, él
sabia que había cumplido con su tarea. Había
aprendido a vivir con el amor de la harmonía cuando aprendió que no podía
ocuparse bien de su árbol sin saber apreciar de su sombra.
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